Jajám Shalom, maestro de generaciones.
Isaac Sacca
4 de Elul 5782 / 31 de agosto del 2022
“כל המלמד בן חבירו תורה מעלה עליו הכתוב כאילו ילדו” (סנהדרין יט ע״ב)
“Quien enseña Torá al hijo de otra persona, el versículo le atribuye como si lo hubiera dado a luz” (Talmud Babli, Sanhedrin 19b).
El mundo judío se despidió en estos días con mucho dolor de uno de los líderes y educadores religiosos más prestigiosos de nuestra época: nuestro maestro, el Rabino Shalom Cohen zz”l, presidente del Consejo de Sabios de la Torá y director de la máxima academia talmúdica sefardí de Jerusalén, la Ieshibá Porat Yosef, donde tuve el honor de estudiar junto a cientos de argentinos. El Rabino de Rabinos nos ha dejado huérfanos. Lloramos profundamente esta gran pérdida para el mundo judío y toda la sociedad.
Si bien el fallecimiento del Jajam Shalom – tal como era llamado afectuosamente por sus alumnos y círculo íntimo – es un duelo de carácter nacional por su figura como líder religioso de prestigio mundial y por haber sido un verdadero servidor de Dios, para los que tuvimos el mérito de aprender íntimamente de él y vivir tan cerca de manera cotidiana, su pérdida es un doble duelo, mucho más doloroso y profundo.
Además de ser un distinguido líder religioso, un gran jasid (devoto) y un brillante talmudista, el Jajam Shalom fue, por sobre todo, un verdadero maestro, un pedagogo magistral, en el sentido más profundo y estricto de la palabra.
En las siguientes líneas intentaré reflexionar – a partir tanto de su trayectoria general como desde mi experiencia particular como uno de sus alumnos – sobre su vocación ejemplar como educador.
Raíces
El Jajam Shalom nació en el seno de la intelectualidad talmúdica y cabalística sefardí más prestigiosa de comienzos del siglo XX: el círculo de la Ieshibá Porat Yosef de la Ciudad Vieja de Jerusalén, fundada exactamente hace un siglo, en 1922. En ella se mancomunaron algunas de las mentes talmúdicas y místicas más brillantes de Bagdad y Alepo y se convirtió en la cuna rabínica sefardí más importante e influyente del siglo XX, tanto en Israel como en la diáspora.
El padre del Jajam Shalom era el Jajam Efraim Cohen, originario de Bagdad y alumno del famoso Ribí Yosef Jaim, autor del libro “Ben Ish Jai” y director de la escuela cabalística de Porat Yosef. El director de la escuela talmúdica, de quien el Jajam Shalom fue alumno, era el famoso talmudista alepino Jajam Ezrá Atíe. Mi bisabuelo, el Jefe del Tribunal Rabínico Alepino de Jerusalén, el Jajam Abraham Antebi Sacca, era uno de los rabinos que examinaban a los jóvenes estudiantes de Porat Yosef en los años en los que el Jajam Shalom era todavía un pequeño estudiante.
Para captar la influencia y el impacto de Porat Yosef en la judería sefardí del siglo XX basta con nombrar a algunos de sus egresados en sus primeras décadas: el Gran Rabino de Israel mi maestro el Rab Ovadia Yosef, el Gran Rabino de Israel Mordejai Eliahu, el Gran Rabino de Tel Aviv Jaim David Haleví, los Grandes Rabinos de los alepinos en Nueva York: el Jajam Yaacov Kassín y el Jajam Baruj Ben Jaim, el Gran Rabino de Panamá Jajam Sión Leví, Don Shaul Suttón Dabbah, presidente de la Congregación Sefardí de Buenos Aires, entre otros.
Por iniciativa y con el aporte del gran filántropo bagdadí de Calcuta Yosef Abraham Shalom (Bagdad 1833 – Calcuta 1911), además de construir el edificio y encargarse del mantenimiento de la Ieshibá, dentro del complejo de Porat Yosef se construyeron viviendas para sus Jajamim y maestros. En una de esas casas, dentro de la misma Ieshibá, nació y se crió el Jajam Shalom en un ambiente de santos y sabios. Desde pequeño fue considerado una mente brillante y un apasionado por los estudios. Nos contaba a sus alumnos cómo desde chiquito siempre fue muy curioso, que quería saber todo, y que la curiosidad es la clave de la sabiduría.
Carrera Educativa
Toda su juventud la dedicó a estudios intensivos dentro de Porat Yosef. A los 24 años comenzó a trabajar en ella como maestro de Talmud. Tras la reapertura de Porat Yosef en la Ciudad Vieja de Jerusalén en 1967, después de la Guerra de los 6 días, fue nombrado, con tan solo 37 años, como Rosh Ieshibá (director) de Porat Yosef, que ya era la academia talmúdica sefaradí más prestigiosa de la época. Desde entonces, durante más de 5 décadas, formó a generaciones y generaciones de rabinos y maestros religiosos de todo Israel y el mundo.
Su constancia y dedicación eran admirables. Durante más de 50 años dictó sin interrupción sus famosas clases fijas de Talmud y Halajá – de las que tuve el mérito de participar – durante los 7 días de la semana: de domingo a jueves sobre el tratado talmúdico del ciclo lectivo, los viernes y los sábados sobre las leyes del Shabat. Hasta sus últimos días, con 91 años y con todas sus limitaciones físicas, seguía dictando todas sus clases diarias, a jóvenes de 18 años aproximadamente, tal como las daba cuando fui su alumno hace 40 años atrás (en sus clases de los viernes y sábados, solían participar oyentes de todas las edades).
La enseñanza era para él una obra sagrada y esto era – además del contenido de los cursos – una de las más importantes de sus lecciones. Vivía la enseñanza como un acto de amor. Nos quería a sus alumnos como a sus propios hijos. Como respuesta natural, nosotros lo queríamos como nuestro propio padre. Hace un mes tuve el mérito de estar junto a él recibiendo su enseñanza e inspiración. La última frase que me dijo fue: “Estoy feliz que aun con mi enfermedad puedo seguir dictando clases en la Ieshibá“.
Mi experiencia como alumno
En 1981, a los 17 años, comencé mis estudios en Porat Yosef. El Jajam Shalom era el profesor del segundo año de la Ieshibá. Era serio y simpático a la vez, y hacía gala de un hábil y filoso sentido del humor. Su forma sucinta de hablar y responder preguntas era maravillosa y nos iluminaba con su pureza, humildad y honestidad.
Estudié con él los tratados talmúdicos de Guitín y Kidushín, que tratan sobre las cuestiones de casamientos y divorcios en la Ley Judía. A diferencia de otros maestros que exponían sus lecciones talmúdicas ya elaboradas y trabajadas, teniendo ya preparada su explicación clara de las fuentes, el Jajam Shalom nos presentaba las distintas fuentes relevantes y las leía y estudiaba con nosotros. Explicaba un poco, pero solo lo necesario, y generaba que los propios alumnos nos esforcemos para entender, preguntemos, elaboremos nuestras propias interpretaciones y agudicemos la mente. Todavía conservo como oro mis cuadernos donde anotaba todas sus lecciones.
Una vez al mes disertaba frente a toda la Ieshibá sobre filosofía y ética. Estas disertaciones eran excelentes. Solía tomar una idea de un gran pensador, la adaptaba, le agregaba y cambiaba un poco, siempre con alguna idea innovadora realmente impactante.
Mientras cursaba con él, llegó a la Ieshibá una publicación para participar con un ensayo talmúdico en un certamen nacional organizado por el movimiento Agudat Israel. Para el certamen, preparé un trabajo sobre una unidad temática (suguiá) del tratado talmúdico de Kidushín. Cuando terminé de escribir el ensayo, se lo mostré al Jajam Shalom y lo leyó. Recuerdo que me preguntó si lo había copiado de algún lugar y le dije que no, sino que lo había escrito y desarrollado yo mismo. Su pregunta me entusiasmó, porque indicaba que estaba bien redactado y que el análisis era interesante. Me dijo que estaba muy bien expuesto y me felicitó. Fueron sus palabras las que me hicieron enviar el trabajo y al cabo de unos meses me llegó una carta para participar en la entrega del segundo premio. No lo podía creer, era una satisfacción enorme y había logrado un gran adelanto en mis estudios. En ese entonces, tenía 18 años y estaba en duda si seguir con la carrera rabínica. Su apoyo moral y el hecho que el escrito haya ganado el premio nacional de Agudat Israel, lograron – entre otros factores – convencerme de seguir. Cuando leo hoy ese trabajo, pienso que tenía algunas debilidades. Reflexionando retrospectivamente me doy cuenta que esa pregunta del Jajam Shalom era en realidad una de sus formas de incentivarnos y llenarnos de ánimo y entusiasmo. Un mes antes de su fallecimiento, la última vez que tuve el mérito de visitarlo, le recordé esta anécdota. El Jajam Shalom sonrió, insinuando que sabía que no lo había copiado pero lo hizo para darme autoestima.
En una ocasión perdí una lapicera y, como era costumbre, escribí una nota en la cartelera de la Ieshibá: pedía a quien hubiera encontrado la lapicera que por favor me la regresara. Al cabo de unos días, el Jajam Shalom se me acercó después del rezo de la tarde – era muy inusual que el director de la Ieshibá se acerque de esa manera a un alumno – y me preguntó si era yo quién había perdido la lapicera. Le respondí que sí y me dispuse a recibirla y agradecerle. Pero, antes de entregarla, empezó a indagar sobre su color, características y el color del tanque interior. Le pude dar algunos datos, pero no recordaba el color interior del tanque. Yo sonreía y al final me la dio. De esta manera me enseñó cómo se cumple la misvá de “Hashabat Abedá” (el precepto de la devolución de objetos perdidos a sus dueños), la preocupación y responsabilidad por los bienes ajenos y la importancia de los pequeños detalles.
Con el Jajam Shalom tuve el mérito de mantener una relación fluida desde mis comienzos en Porat Yosef hasta hoy en día. Firmó mi primera ordenación rabínica cuando tenía 19 años, realizó en carácter de Cohen la ceremonia de Pidión Habén de mi hijo mayor, tuve el mérito de agasajarlo con mi esposa en nuestra casa en Buenos Aires y también que nos visitara en la Gran Sinagoga de Comunidad Sefardí de Buenos Aires de la calle Camargo y que dicte en ella una de sus maravillosas disertaciones. Además tuve el honor de que mi yerno y uno de mis hijos estudiaran con él en Porat Yosef y también ellos sintieron su profundo afecto y se deleitaron con su sabiduría.
Enseñanzas del Jajam Shalom
Durante los últimos 40 años, lo visité periódicamente en todos mis viajes a Israel. Tuvimos muchas charlas sobre diversos tópicos. No es el lugar para extenderme sobre esas charlas, pero están en mi corazón y mi mente siempre para guiarme.
Me enseñó que la Torá no debe enseñarse ni exigirse a todos de la misma manera. Tal como los médicos tratan a sus pacientes cada uno según su diagnóstico y situación particular, del mismo modo tenemos que transmitir la Torá a cada uno de acuerdo a su propia situación y entorno. Me dijo esto cuando asumí como Gran Rabino de la Comunidad Sefardí de Buenos Aires temiendo que trate de masificar a todos en la misma línea que tengo como rabino y religioso. Actuar así es destruir el futuro de la comunidad y de Israel, porque perdemos la individualidad de cada uno. Cada día revaloro su enseñanza, ya que muchos líderes yerran en ese punto y pierden a feligreses de la comunidad.
Me recalcó en varias oportunidades que su padre, el Jajam Efraim Cohen, Jefe de los cabalistas de Porat Yosef y de los más grandes de su época, predicaba y advertía siempre contra los hechiceros y magos que usan el judaísmo y la cabalá como pretexto para curar o dar consejo. Decía que es un sacrilegio y una falta de respeto a la Torá. Consideraba que esas personas son falsos, embaucadores y mienten sin ningún pudor, ostentando la Torá para sus intereses personales. En una ocasión me comentó acerca del rechazo que sentía por los que fomentan las segulot y amuletos. Me comentó que Ribí Ovadia Seforno (Italia 1475-1550) – uno de los autores que más le gustaba citar – escribió que, así como Dios habló con el pueblo directamente, también el pueblo, cuando necesita algo, debe hablar solamente con Dios sin intermediarios. Me comentó también las palabras de Ribí Menajem HaMeiri (Provenza, 1249-1315): en el Talmud se dice que cuando alguien está enfermo debe ir del Jajam para que rece por él (Talmud Bablí, Babá Batrá 116a), pero el Meiri explica que significa que debe ir para que le enseñe a rezar. Le sugerí hacer una convención (kénes) para sus alumnos y que nos aclare cómo lidiar con los hechiceros, magos y adivinos falsos que pululan en el mundo judío. Y aceptó.
En los últimos años se lamentó, en varias oportunidades, del deterioro en la educación. Decía que nuestra época, cuando estudiábamos con él, fue una época de gran esmero y dedicación al estudio. En especial, tenía una gran admiración por los alumnos argentinos que, según él, superaban a los locales y de otras naciones que venían a Porat Yosef. En la actualidad, varios de mis correligionarios argentinos de esa época de Porat Yosef lideran muchas de las comunidades judías más prestigiosas de la Argentina y de Latinoamérica. Hoy, la marca del Jajam Shalom está presente y viva en el mundo judío en general y la judería argentina en particular.
“לא קאי איניש אדעתיה דרביה עד ארבעין שנין” (עבודה זרה ה ע״ב)
“La persona no llega a entender la visión de su maestro hasta después de cuarenta años” (Talmud Bablí, Avodá Zará 5b).
Hoy, después de 40 años de haber comenzado a aprender de su persona, comprendo realmente al gran maestro que tuvimos. No lo tenemos más físicamente entre nosotros, pero su enseñanza y ejemplo siempre seguirán vivos delante nuestro para guiarnos.